Lugares comunes

“hay desorden, decepción, desconcierto, hay un país que nos destruye, un mundo que nos expulsa, un asesino difuso que nos mata día a día sin que nos demos cuenta, no tengo una respuesta, escribo desde el caos, en plena oscuridad”

Lugares comunes es una película de Adolfo Aristarain en la que se muestra como la vida de Fernando Robles “Profesor de Literatura” cambia dramáticamente cuando recibe la carta que le notifica su jubilación. Fernando angustiado trata por todos los medios de prolongar por unos años más el ejercicio de su profesión, habla con el director del plantel donde trabaja, consulta con su amigo abogado, se lo cuenta a su esposa (Liliana Robira), pero nada hay por hacer, la idea de que ya no podrá hacer lo que más le apasiona -impartir sus clases y formar mentes reflexivas y criticas- tendrá que aceptarla y así mismo enfrentar una nueva vida, nuevas cosas que hacer con su tiempo libre, ser esposo, padre (de su hijo Pedro), amigo y ciudadano dejaran de ser ya reflexiones plasmadas en sus escritos, ahora tendrá que hacer un balance de cómo ha hecho estas cosas, que como muchas otras las ha visto a través de un velo de pesimismo. Reflexiones sobre lo absurdo, la incertidumbre, la lucidez y la certeza será lo que inspirará la voz de Fernando a lo largo de este filme.
Empecemos por decir que el profesor Robles al igual que todos nosotros concibe el mundo de una manera particular, quizá coincidamos en que es un mundo inestable, contradictorio, azaroso, con tantas cosas bellas pero tan frágiles, tan efímeras y cambiantes, que por más que tratamos de aferrarnos a ellas en un esfuerzo inútil por detenerlas, el tiempo y su imperiosa marcha termina siempre, por develarnos que todo cuanto existe, es como arena que se lleva el viento. Se torna todo tan absurdo, es la incertidumbre de no saber, de no saber nada, de no poder obtener respuestas después de buscarlas toda una vida, de no saber si hemos cumplido bien nuestra labor profesional, si llevamos a cabo nuestra vocación, si se cumplieron las expectativas como padre, si se fue coherente, la incertidumbre de no saber que hay después de tantos afanes.
Fernando Sus disertaciones las plasmaba en su cuaderno de notas, su trabajo era criticar los escritos de otros y siempre a pesar de hacer tantas preguntas -casi nunca encuentra respuesta- en él se puede percibir siempre un sentimiento de malestar frente a lo absurdo de las instituciones como el estado, que se escudan tras la escusa de “falta de presupuesto” para justificar lo poco o nada que les importa educar al pueblo; al igual que los planteles de formación que no invitan al análisis y la critica de las mismas instituciones que solo imparten dogmas y decretos de obligatorio cumplimiento, “hay desorden decepción desconcierto, hay un país que nos destruye, un mundo que nos expulsa, un asesino difuso que nos mata día a día sin que nos demos cuenta, no tengo una respuesta, escribo desde el caos, en plena oscuridad”, este es un grito silencioso, un reclamo mudo desde lo más profundo del alma de este hombre.
Por otro lado el profesor de literatura con la noticia de su obligatorio retiro experimenta que le arrebatan el derecho de hacer lo que le apasiona, lo que a hecho por muchos años, también siente miedo de no poder hacer algo mas, tener que desprenderse de tantas cosas que definían y le daban sentido a su existencia, el estado al cual había servido por tanto tiempo no tenía más que una pensión por el mínimo que ofrecerle debido a la crisis que atravesaba el país; sin un acompañamiento que le permita y le ayude a superar sus angustias, el inevitable sentimiento de frustración, “de ser ya un inútil”, sin ninguna opción o alternativa que le garantice un sustento ya que con su pensión apenas si subsanaba sus deudas, le hacen sentir inevitablemente que desear otra cosa es como luchar contra un imposible, que toda una vida dedicada a la educación parece no significar nada, que estamos obligados a aceptar mendrugos cuando sabemos que merecemos algo más, que las leyes parecen estar diseñadas para atarnos las manos en ves de protegernos y garantizarnos dignidad, tan sofocantes que no podemos evitar sumirnos en la incertidumbre.
Es así como la vida de este personaje se mueve entre el miedo, la angustia y un deseo inmenso por continuar una vocación que lo mueve y lo sostiene en la idea que “enseñar no es adoctrinar, hay que enseñar a pensar a preguntar, hay que despertar en los alumnos el dolor de la lucidez sin limite, sin piedad”.
En aquel entonces, muy similar a la actualidad los aparatos políticos parecen coincidir todos en una cosa, en alienar tanto al hombre que se olvide de tan importante he inaplazable tarea como es la de conocerse a si mismo, manteniéndolo tan ocupado, que apenas si le queda tiempo para pensar en lo que hizo durante el día, un hombre dividido con tantas necesidades que hace falta otra vida para satisfacerlas, aparece de nuevo el absurdo de pensar que podremos postergar lo que nos mueve y nos hace sentir vivos, por aquello que el sistema nos exige, dejar de escribir y pasar a trabajar en una compañía de sistemas para que a la familia nunca le falte nada, fue la mejor decisión para Pedro, mientras que para su padre fue traicionarse así mismo “hacer por hacer” no tiene sentido, hacer por que se ama lo que se hace, por convicción hace de la vida la mejor oportunidad de ser feliz a pesar de tantas vicisitudes.
Podríamos concluir entonces que: en la vida la única certeza es la muerte, que en la incertidumbre nos movemos, y el peor de los absurdos es renunciar a nuestra vocación, ha eso que nos nace hacer desde el alma y que la lucidez es despertar la conciencia a cualquier costo con tal de saber que es eso que ha nuestra alma inquieta.




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